viernes, 28 de octubre de 2011

CALAVERAS LITERARIAS






CALAVERA POBLANA
Por Guillermo Martínez Rodríguez

Una noche tenebrosa
de principios de noviembre
Una dama misteriosa
Salió a armar tremendo arguende.

Vistió sus mejores galas
Falda corta y zapatillas
Y como andaba de malas
Fue a torcerse las rodillas.

Moreno Valle contento
Despachaba en su oficina
Pero quedó sin aliento
Cuando miró a la catrina.

Que se le ofrece señora
En qué le puedo ayudar
La nombro gobernadora
Usted dígame nomas.
 
Parece que me confundes
Por mis delgados tobillos
Pero déjame decirte:
No soy Elba Esther Gordillo.

Le ofreció aquel gobernante
Un pacto de coalición
Y corrió a telefonearle
A Felipe Calderón.

Aunque le hables a quien le hables
No te me vas a escapar
Si quieres que alguien te salve
Te tendrá que acompañar.

La Casa Aguayo y Los Pinos
Lucen un moño luctuoso
Además del Presidente
Se llevó al gober precioso.


Mario Marín pretendía
A la huesuda engañar
Y para esto le ofrecía
Dos botellas de coñac

Ninguno de estos señores
Pudo a la muerte engañar
Al panteón les llevan flores
 Y platillos a su altar.


II 

Para remediar los males
Del olvido y la desdicha
Se puso a guisar  tamales
La calaca susodicha.

De mole, dulce  y de queso
Unos tamales guisó
Se chupaba hasta los huesos
Del exquisito sabor.

Colocó en una cocina
 De talavera poblana
Una ofrenda suculenta
 La calavera fulana.

En el altar figuraban
Distinguidos personajes
Que en las fotos se encontraban
Con sus muy planchados trajes.

Hasta arriba de la ofrenda
Estaba el gobernador
Decía la flaca que pena
De un empacho se murió.

Todo el congreso poblano
En el altar no cabía
Pero a cada diputado
Le puso lugar la tía.


Ya descansan los señores
En el sórdido panteón
Entre cirios y entre flores
Descansa la coalición.

















martes, 25 de octubre de 2011

MASCARA DE FUEGO

MÁSCARA DE FUEGO


 Por Guillermo Martínez Rodríguez

Publicado en el libro Ángeles y Alebrijes por el autor





 ¡Lucharán...por el campeonato mundial de lucha libre! ¡En esta esquina... La leyenda viviente, el campeón mundial: Máscara de Fuego!. ¡En ésta otra... El retador por el título : Sangre Azteca!. Los luchadores se saludan, suena la campanilla, dan vueltas por el encordado, se acechan como fieras e intercambian los primeros golpes. De pronto, Máscara de Fuego surca los aires... “¡qué patada sobre su adversario!. Lo levanta como un hilacho de la lona, pero el retador se defiende: ¡tiene lo suyo señoras y señores!”. La pelea se prolonga uno, dos, tres rounds... “¡Qué exhibición de lucha libre! ¡Máscara de Fuego está a punto de rendir al retador!... Pero, ¿qué sucede?, Sangre Azteca se está librando de la poderosa llave... ¡le ha arrojado algo sobre los ojos! ¡El campeón está anonadado!... ¡es inaudito, el campeón está a punto de perder la máscara!”. El público grita enardecido. Señoras y señores, niños, gendarmes; el lugar se vuelve un pandemonium. La afición esta arrojando tortas, refrescos, palomitas, sustancias desconocidas, recordatorios familiares sobre la humanidad de Sangre Azteca. “¡Déjalo desgraciado! ¡Ponte con uno de tu tamaño! ¡Lo va a matar!, ¡Así le voy a hacer a tu hermana!”. Sangre Azteca actúa como un poseído: “¿Quieren saber quien es su idolito?”... De nuevo la rechifla. Las mujeres lloran, alguna se desmaya, pero el desquiciado luchador despoja al campeón de su máscara. La pone sobre lo alto como el mejor de sus trofeos. De pronto, un grito desgarrador brota del perdedor. Se cubre el rostro con ambas manos y camina deambulando hasta el centro del ring. Sangre Azteca queda estupefacto, ha cometido una especie de sacrilegio para los amantes del Pancracio. Máscara de Fuego se quita las manos de la cara y la muestra al público angustiosamente. El silencio invade la arena, nadie se atreve a decir nada. Con la derrota a cuestas desciende del cuadrilátero y se aleja en medio del estupor de la gente. 

 Al día siguiente la noticia corre por la ciudad: - ¡Extra, extra... se acaba la leyenda!, ¡Extra, extra...El fuego le dejó una verdadera máscara! los diarios deportivos en primera plana, hablan de los sucesos del sábado: “La brillante trayectoria de uno de los luchadores más famosos de todos los tiempos llegó a su fin; durante la pelea por el título mundial de lucha libre, el osado e intrépido luchador Sangre Azteca, despojó al campeón de su máscara. Ante el pueblo de México quedó al descubierto el rostro de un hombre verdaderamente enmascarado por el fuego” 


 II 

 En una oscura callejuela de la ciudad más grande del mundo, Máscara de fuego llora su desventura. Vendedores de chicles, payasitos de crucero, meretrices, beodos y ladrones tiene por compañeros. Todos ríen de él, de su cara tan fea como la vida en común de aquellos seres de barriada. Se burlan de las cicatrices en su rostro, de su nariz curiosa y su boca sonriente, su boca forzada a reír por quemaduras, a esbozar una sonrisa de amargura. Frente a una fogata de neumáticos y cartones, busca en sus recuerdos; hallando entre sus ropas alcohol para embriagarse. Clava la mirada en el fuego y en tropel reminiscencias se agolpan en su mente, igual que sobre el cuerpo, los golpes del rival aquella noche. Vio aquella iglesia, un mar de gente, era un Viernes de Dolores en un pueblo de tantos que hay en la República Mexicana, un hombre arrastrando una enorme cruz y la imagen de una bella mujer arrodillada absorta en las penurias de aquel hombre. Sonaron en sus oídos los gritos de un infante que se pierde: “¡mamá... !” Una de las pocas palabras que conocía entonces, una de las palabras que habrían de traer a su memoria el rostro de una madre santa. Luego unos pies presurosos, la ropa áspera y sucia del roba chicos, un escondite en el cementerio de automóviles, las manos callosas, las manos grotescas, las manos que lo amordazan y el ruido del camión. El sueño seguido de aquel llanto y un aliento pulquiento. La voz extraña diciendo: “merqué un muñeco”. 

 Lloró desde entonces, en aquel cuchitril de grandes hoyos, donde se colaba el frío y se acurrucaba junto a él para darse calor uno al otro. Lloró en las aceras, en los portales y plazoletas, la gente le daba unas monedas pero él quería una madre, una mujer que se pareciera a la virgen de la iglesia; una madre que no fuera chimuela y ebria, alguien que le diera abrazos y caricias, una madre que no le apagara cigarrillos en el vientre, una madre que le diera de cenar y le contara cuentos. Vino a su mente la noche en que vio a unos hombres de fuego, danzaban alrededor del viejo catre, caían del techo, se retorcían por todos lados, mordisqueaban la mesa, la silla de madera, comían las cobijas y devoraban a sus padres mugrosos. Una mano lo alcanzó en la cara, lo tomó del mentón, le estiró la comisura de los labios, le arrancó pedazos de cartílago y lo dejó marcado para siempre. Entonces entró un ángel: “don Nacho” le decían los vecinos, le salía agua de las manos, tenía el poder contra el fuego. Sintió como lo tomó en los brazos y salió volando sobre aquellos hombres de fuego. Aquellas heridas le dolieron, a pesar de los bálsamos y el tepezcohuite, lloró hasta el desmayo. Aquellos seres que vio como entre sueños, se volvieron brasas diminutas, cenizas y chispas que se ahogaban, que se perdían poco a poco en los montones negruscos de lo que había sido su casa. 

 Despertó un día, quien sabe que día en una suave cama. Había sábanas blancas y muchas mujeres que tenían la cara de su madre buena, de su madre bonita. Ahí estaba aquel señor con los brazos abiertos clavado en la cruz, la misma cruz que vio desde aquel día en que perdió a la mamá de sus sueños. También había un señor bueno; amigo de todos los enfermos; regalaba juguetes a los niños, sacó de la bata blanca un muñequito y lo puso en sus manos; era un Blue- Demon o un Santo, un monito de esos que venden en las calles. Le daban pollo, leche, pan y curaban sus heridas, al menos las externas. Era un orfanato, era hospital y escuela, lo supo cuando tuvo conciencia de ello. Lo registraron con el nombre de Facundo Sánchez, igual que el jardinero, ¿qué mas da que fuera Hernández o González, si nadie sabía nada del ser desventurado? Niñez tan insensata; los humanos pilluelos ensayando a ser grandes con burla le gritaban: “¡Ahí viene el chichinado!, ¿No ven al chamuscado?, ¡Chi- chi- na- do, chi- chi- na-do, cha-mus-ca-do, cha-mus-ca-do! No quería el inocente mirarse en el espejo, en los vidrios lujosos que había en las oficinas, en la fuente del patio. Un día entre varios niños lo llevan al espejo: “¡mírate chichinado!”. Colérico responde, les lanza escupitajos; la saliva certera se aloja en una oreja del robusto verdugo. El gordinflón lo increpa herido por el acto: ¡ah!, ¿conque eso quieres?... ¡Pues te parto la madre! Facundo piensa raudo: “a mi madre no la tocas, mi madre que te debe, mi madrecita santa... Pues no me rompes nada. ¡Moles! Revientan las narices del “Morrongo Pineda” el líder de todos los chamacos insensatos. Facundo es una fiera, ¡Mi madre que te debe! Y golpea, golpea y golpea. Ni tardos ni perezosos, los infantes corrieron delatando a Facundo. De la oreja el prefecto lo llevó a la oficina. El director lo amonesta: - Conque esas tenemos, muy valiente el muchacho ¿Qué tal te caerían dos semanas sin cena y para que te eduques lavar los escusados? Facundo fue a cumplir la tarea vergonzosa y en las noches el hambre, el hambre desgraciada, llegaba como siempre pidiéndole un bocado. 

 Entre aquellas paredes fue creciendo Facundo, no le entraron las letras, ni números, ni nada, nada que se tratara de lecciones de escuela, de maestros severos que también se mofaban, que lo ponían de ejemplo de niño retardado, de lento aprendizaje y niño antisociable. Lo único que entraba en su mente de joven, de chico que cumplía catorce primaveras, era el hermoso rostro de Paulina “La güera”, la chica más bonita de aquel orfelinato, tenía los mismos años y una gran diferencia: Tenía la cara bella como un angelito, mientras Facundo en cambio, era un chiquillo feo, un iluso queriendo despertar sentimientos, pero no de repulsa, sentimientos de amor. Una tarde el muchacho quiso probar su suerte, le regaló a Paulina un osito de felpa, ahí estaban curiosos los chamacos burlones, que rompieron en risa debido a aquel detalle. Por si eso no bastara, la ingrata Dulcinea hizo trizas muñeco y esperanzas del joven. Nunca más las paredes de aquel orfelinato tendrían dentro a aquel chico, dentro dejó la infancia y se fugó una noche.


 III 
 Dueño de las aceras, de hotel las terminales, de mesón los mercados Facundo se hace hombre. Blanco de toda mofa, mendigo de cariño lleva en su pensamiento la imagen de su madre. Va trabajando en ferias y carpas populares: “¡Vean al hombre serpiente! El único en su especie. - confiesa hombre serpiente ¿por qué estas convertido en esta bestia humana? - porque maté a mis padres. - ¿dinos como lo hiciste? - los arrastré por unas calles empedradas y los maté con una hacha tipo carnicero... -¿Y qué castigo mereces? - vivir el resto de mi vida convertido en culebra - ¿y qué le recomiendas a los niños? - que respeten y obedezcan a sus padres... 

 La historia de Facundo es como la de cualquiera, siempre será una lucha, una lucha perpetua de ángeles y alebrijes, dualidades que coexisten en algún puesto de feria como un premio cualquiera, y hasta en la vida misma; será luz y tinieblas, abundancia y miseria, alegría y tristeza. En la feria del mundo subimos a la rueda, bien sea de la fortuna, mal sea de la pobreza... Todos vamos en ella con nuestro algodón de azúcar o conteniendo el trago amargo de una pena. 

 IV
 Era puro nobleza a pesar de la calle, a pesar de la burla, la única manera de desatar la fiera, fue mentarle a su madre. Campeón del barrio bravo, decidió ilusionado subir al cuadrilátero a ganarse unos pesos. Cleofás el barrendero de apodo “El bonafino” le regaló la máscara. La cosió doña Chabe, costurera del barrio y a San Miguel Arcángel rezándole un rosario, juntos la encomendaron. - “¡Luchará en esta esquina... El novato del año: Máscara de Fuego!”. Bendita sea la máscara que ocultaba el pasado, que cual mano amorosa cubría sus cicatrices. Que le duran rivales si es más dura la calle, que le duelen los golpes si la vida le pega, si la vida se ensaña más que sus contrincantes. El público lo quiere: ¡cam- peón! plap- plap- plap, ¡cam- peón! plap- plap- plap. Ya no se siente solo, pues el público aplaude, porque todos lo quieren y la máscara roja bordada en lentejuela, se convierte en la madre que le hace tanta falta. Todo el pueblo lo aclama en la arena que bulle, en los televisores y hasta en la gran pantalla del Cine Mexicano. Cuando va por las calles la gente lo saluda, los niños de los barrios quieren ser luchadores cuando lleguen a grandes... Las damas se desmayan por poder abrazarlo y cualquier ciudadano busca mil estrategias para poder hablarle. “¡Ese, mi enmascarado! ¿Va a llevar el regalo? ¡Flores para la jefa! ¡Órale que es diez de mayo!”. Facundo está muy triste ¿a quién dará un regalo? Quien fuera un simple hombre junto a su viejecita para así festejarla. De algo se había olvidado: de la madre de todos los latinoamericanos, la virgen morenita. Y la gente en La Villa, ve esa tarde al Coloso llorando de rodillas. - Virgen de Guadalupe, aquí estoy a tus plantas. ¿Dónde estará mi madre? ¿Dónde puedo encontrarla? Yo también soy tu hijo, por favor dime dónde. 

 Él no sabe que triste, desde hace muchos años, su madre lo ha buscado, que subió a los camiones y viajó por los pueblos con un viejo retrato, que durmió en terminales y en las comisarías con la ilusión guardada. “Es un niño con rizos, de labios delgaditos y un lunar en la frente...” No sabe hoy la inocente que el niño ya no es niño, que el rostro de chiquillo, la lumbre y el destino sin piedad le han cambiado. Los santitos la escuchan, en un sueño la madre, la voz de un santo niño que le han recomendado le ha dicho que no llore, que el hijo no ha sufrido, que Dios lo ha recogido y ya no tiene caso derramar más sus lágrimas. Facundo está triunfando, es un campeón invicto, la fama le persigue. Viajando por el mundo conquista campeonatos. El público lo quiere... En su mente retumban todas las ovaciones del pueblo mexicano: - Cam-peón- plap-plap-plap cam-peón- plap-plap-plap. La angustia de la gente: - ¡Déjalo desgraciado! ... ¡lo va a matar! El ansia de un alcohólico: - Ese mi camarada ¿me regalas un trago? Desde algún vecindario su madre aún le reza, eleva sus plegarias por el niño extraviado. Y en las fauces oscuras de las calles urbanas: sigue llorando el hombre que no encuentra a su madre.

martes, 2 de agosto de 2011

lunes, 30 de mayo de 2011

jueves, 3 de febrero de 2011

CRONICAS Y LEYENDAS DE PUEBLA. EL FAVOR



EL FAVOR
Por Guillermo Martínez Rodriguez




Sandra Morgado, damita refinada de veintidós años de edad, atenta y educada no dudó en cumplir el favor que le pidió una mañana un caballero.



Sandy como la conocen sus familiares y amigos, abordó muy de mañana el autobús que la condujo a la ciudad de Puebla. Como cada lunes se dirigía a desempeñar sus labores en un hospital de la Angelopólis Poblana. Estudió enfermería ya que su vocación era ayudar a las personas que padecían los estragos de cualquier enfermedad, esta virtud la distinguía entre todos sus conocidos quienes veían en ella a un ángel de bondad y caridad.



El autobús iba repleto y aun así, seguía deteniéndose desde el pueblo de Grajales, en cada punto donde las personas urgidas por llegar a la capital poblana, le hacían una señal para que se detuviera.



Nuestra amiga que iba en uno de los asientos delanteros, compartiendo el viaje con un estudiante, observó cuando adelante del puente que está en la autopista a la altura del Estadio Cuauhtemoc, un hombre le hizo la parada al autobús.



Al principio no le dio mucha importancia pero en el momento en que el camión se detuvo, descendieron varios pasajeros incluso el estudiante que iba junto a ella.


El hombre abordó el autobús y saludándola amablemente se sentó a su lado. Con mucho tacto y buscando alguna forma de iniciar una conversación consultó su fino reloj mientras miraba a la señorita.



- Las ocho y media, seguramente perderé el autobús que sale en quince minutos para Cuernavaca.



Sandy mirando el reloj de aquel hombre, no pudo evitar detener su mirada en el grueso anillo de graduación que llevaba en el dedo medio de la mano izquierda. Observó el perfil del hombre y hasta entonces se fijó en la forma como iba vestido, el traje gris hacia juego con su pelo, las manos sumamente cuidadas y las ligeras patas de gallo en el rostro le hablaban de un hombre de unos cincuenta y cinco años cuando mucho.



Ante el comentario de la hora y viendo que en efecto eran las ocho y media de la mañana, expresó:



- Lo que me faltaba, seguramente ahora si me corren del hospital.

- ¿Doctora?- preguntó el hombre.

- Enfermera- respondió la señorita.

- Su cara me parece conocida, tal vez la he visto antes, quizá en alguna iglesia o en algún restaurante- acotó el hombre.



Sandy con buenos modales le dijo que ella no lo recordaba y el hombre un poco galante le dijo que para sus pacientes debía ser un placer que una damita como ella los curara.



- Mi nombre es Renán de la Calleja, soy abogado- diciendo esto el hombre sacó de su billetera una tarjeta de presentación y la puso en las manos de la enfermera- Estoy a sus ordenes para lo que se le ofrezca- agregó a manera de hacerle sentir confianza.



El tiempo relativamente corto fue suficiente para identificarse con la plática que se prolongó hasta la central de autobuses, mejor conocida como la Capu.



- Hágame un gran favor Sandy, usted sabe de la premura de mi tiempo y no me es posible hablar personalmente con unas personas que me esperan para cumplir un encargo. Mire, ni siquiera tengo tiempo de hablar por teléfono, le doy lo de la llamada y dígale a estas personas que les ruego encarecidamente que no se olviden de construir la capilla en el lugar que ellos ya saben. No me lo tome a mal pero en verdad yo no puedo hacerlo, piense que le hará un gran favor a una persona que casi no conoce, pero yo se lo agradeceré eternamente.




Diciendo esto el hombre se despidió y se alejó entre el bullicio de la gente. Sandy se dirigió a su trabajo y en un rato de descanso, pensando que hacer aquel favor no le afectaba en nada, marcó el número telefónico que le dio el hombre del autobús. Del otro lado de la línea, una joven mujer que se mostró extrañada dio cuenta del mensaje y le pidió a Sandy que fuera a su casa. Sandy aun más intrigada asistió a la cita concertada y en el lugar ya se encontraban algunas personas.



- ¿Podría repetirnos lo que dijo por teléfono?- le cuestionó uno de aquellos jóvenes. Sandy repitió palabra por palabra lo que le habían pedido y hasta les dio el nombre del abogado que conoció en el autobús.

- Nosotros somos hijos de Renán de la Calleja. Nuestro padre murió hace meses en un accidente automovilístico cerca del puente donde usted dice que él subió al autobús.





Sandy quedó muda con la noticia y más cuando le mostraron las fotografías, el reloj y el anillo de graduación que había visto aquella mañana con sus propios ojos. La familia le dio las gracias resaltando el valor y la caridad con que se había conducido la enfermera.



En el lugar donde subió aquel pasajero fue construida una capilla, mientras que, por otro lado, en medio de las páginas de un libro en el estudio de su departamento, Sandy guarda una tarjeta de presentación, la tarjeta del abogado que aquella mañana le pidió un favor.




Guillermo Martínez Rodríguez 
 



















lunes, 17 de enero de 2011

LA FUENTE DE LOS MUÑECOS

LA FUENTE DE LOS MUÑECOS






Texto original escrito por


Guillermo Martínez Rodríguez, del cual existe actualmente una obra de teatro difundida en internet.

El tiempo sigue su marcha a pasos agigantados, y en nuestro frenético ir y venir por el paisaje urbano, no nos damos cuenta que existen miradas que nos observan; en medio de calles y avenidas congestionadas por el transito, suelen coexistir historias de personajes que esperan una oportunidad para decirnos algo, ignoramos que hay leyendas que cobran vida y caminan muy cerca de nosotros, le invito a conocer una de ellas, una historia que como tantas otras caminan por las calles de Puebla.





Refiere una tradición poblana, que hace muchos años, cuando la ciudad de Puebla estaba desprovista de la prisa citadina, y sus calles tenían la quietud del ambiente campirano, existió en el actual barrio de Xonaca, una finca que era propiedad del gobernador de Puebla don Maximino Ávila Camacho y que hoy en la actualidad es un convento de religiosas. Hoy queda aquella casa majestuosa como testigo mudo de esta historia, mientras que en las casas aledañas, aún se encuentran algunas argollas empotradas sobre los muros, como muestra de que ahí estaban las caballerizas de esta finca.



Pues bien, cuenta la leyenda que en aquellos tiempos, muy cerca de esta casa existió un pozo el cual se encuentra convertido actualmente en una fuente pública, misma que sin dudas guarda en su interior la más absoluta verdad sobre la historia de los personajes que aquí se mencionan.



De porqué ya no existe como tal el pozo, algunas personas señalan que éste se ensolvó y al no cumplir con su función de abastecer de agua, no tuvieron más remedio que cerrarlo pues su existencia era ya obsoleta y peligrosa. Pero lo que es más digno de llamar la atención es que otras personas comentan que fue cerrado por causa de una tragedia: la dolorosa pérdida de la vida de dos pequeños.



Aunque esto no ha sido comprobado, pues los cuerpos de estos niños no fueron hallados, hay quien sostiene que los cuerpos desaparecieron en el interior del pozo. ¿Pero que es lo que se nos dice respecto a estos niños? La tradición nos dice que estos pequeños fueron hijos de un caporal encargado de la finca, y que era una pareja compuesta por un niño que por aquel tiempo tendría siete años de edad, el cual era compañero de juegos de su hermana una niña no mayor de seis años.



Por lo que se dice, estos pequeños eran inseparables como dos buenos hermanos y a donde iba el hombrecito iba la pequeña, desde luego no irían muy lejos, pues el lugar más lejano al que iban era la escuela, y lo más cercano seguramente eran los patios, las caballerizas y los jardines que había cerca del pozo, donde pasaban la mayor parte del día.



Como niños traviesos, normalmente terminaban con la ropa sucia, los zapatos llenos de lodo y las rodillas raspadas, tal vez por jugar a las canicas, al trompo, a las escondidillas, al bote botado y a tantos juegos que, como usted sabrá, han existido de generación en generación.



Cuando los niños terminaban con la ropa sucia, eran atendidos por su madre quien procuraba tenerlos bien vestidos, desde luego a la usanza, al niño con overol de mezclilla, con boina y medias, zapatos relucientes y para darle un toque de elegancia: corbata de moñito. A La niña, un vestido bordado con encajes, medias caladas y zapatos negros, y para que resaltara su belleza: dos trenzas adornadas con moños de colores. Ante tan buen aspecto la gente les llamaba muñecos quizás para elogiarlos…muñecos, sin saber que este nombre marcaría el destino de los dos pequeños para siempre.



Sucedió que un día lluvioso los niños se fueron a la escuela, llevaban un paraguas y el niño, abrazando a su hermana la iba protegiendo del agua. Salieron jugando de la casa y se fueron caminando por las calles ante la mirada complaciente de sus padres, que pronto cambiaron por una triste pena, al darse cuenta por la tarde que los niños no habían regresado. Esa fue la última vez que fueron vistos, -al menos en aquellos años-, después, tanto padres como vecinos los buscaron afligidos sin hallarlos. Todo fue en vano, todo parecía indicar que se los había tragado la tierra o quizás el pozo que se encontraba muy cerca de la finca. Esta fue la explicación más difícil de aceptar pero la que más justificó la extraña desaparición de los infantes.

Los niños habían caído al pozo, fue la noticia que enlutó a los trabajadores de la finca y aun a los propietarios, aunque de hecho como ya lo he mencionado, por más que fueron buscados en el fondo de este no fueron hallados. Cabe hacer mención que también fueron buscados en un antiguo túnel que a decir de un viejo trabajador del ayuntamiento, salía de la enorme finca del ex gobernador, atravesaba el barrio entero y daba quizás a la Casa Puebla, a la Iglesia de la Cruz y a la de San Francisco; bueno, al menos es lo que se dice sobre el túnel.



Se cuenta que don Maximino Ávila Camacho, como propietario de la finca y como Gobernador del Estado, conmovido por la historia del deceso de los pequeños, mandó a hacer en el lugar una fuente y ordenó colocar las estatuas de los dos niños vestidos a la usanza de aquella época según la historia que les comento.



Estos muñecos originalmente se encontraban cubriéndose del agua con un paraguas, de pie sobre una base de azulejos de talavera poblana en el centro de la fuente, hoy lucen terriblemente desgastados por la caída del agua que golpea incansablemente sobre la piedra de sus cuerpos, el varón ha perdido uno de sus brazos, justo el brazo con el que cubría de la lluvia a su hermana, la muñeca sin embargo lleva en esta representación de su leyenda los libros bajo el brazo.



Pero esto no es todo, cuentan los habitantes del barrio de Xonaca que una vez descubrieron algo sorprendente: las estatuas de los muñecos desaparecían por las noches. Hay quien asegura que al otro día muy temprano, estos amanecían con los zapatos llenos de lodo o desgastados y las rodillas raspadas, los vecinos se apresuraban a pintar las huellas enigmáticas de los muñecos, y para mayor desconcierto, al día siguiente ocurría lo mismo: las figuras amanecían con las rodillas raspadas y los zapatos llenos de lodo, como si alguien se dedicara a jugar una broma a los habitantes de aquel barrio.





Se dice también que una noche lluviosa los muñecos convertidos en niños caminaban protegiéndose con un paraguas cuando quizás un maleante o pandillero le arrebató la sombrilla al niño, hoy el niño aun permanece de pie junto a su hermana y ya no tiene el paraguas, pero peor aún ya no tiene el brazo.



En este tiempo en que la prisa citadina, el desdén y la apatía se ha apoderado de muchos de nosotros, es menester que escuchemos a nuestra gente. Muy cerca de este lugar enigmático llamado la Fuente de los Muñecos existe una mujer madura que atiende una miscelánea, la amable mujer asegura conocer al taxista que estacionaba su automóvil por las noches frente a esta fuente en espera de algún cliente, hasta que un día el hombre preso de pánico al ver que los muñecos de la fuente no estaban, y unos niños idénticos a estos jugaban frente a su automóvil, dejó de hacerlo.



Preste usted atención si pasa por ahí cualquier noche o en alguna ocasión de Todos Santos, si ve que los muñecos no están ahí, no se sorprenda, tal vez si hace memoria, hará cosa de unos minutos lo encontraron por la calle y le habrán dicho: -Oiga…pshh…Si , usted… ¿podría decirnos donde queda nuestra casa? O tal vez mientras caminaban con un grupo de chiquillos le dijeron: Señor, ándele no sea malito ¿Coopera para nuestra calavera?





Don Maximino Avila  Camacho




LEYENDA DEL FRAC

EL FRAC


(Leyenda popular adaptada por  Guillermo Martínez Rodríguez , publicada en el libro Angeles y Alebrijes)


Esta leyenda se cuenta en el pueblo de Zaragoza, Puebla, México y se asegura que fue verdad, existen algunas versiones parecidas en otras regiones del pais, en las cuales se habla de una gabardina o de un abrigo, se ha querido respetar la versión tal como se cuenta en esta ciudad.
Antes de empezar a leer, recuerde si alguna vez en algun baile o discoteca ha bailado con alguna extraña...



Corría el año de 1940 y la feria del pueblo se distinguía por sus suntuosos bailes. Por las calles iluminadas por débiles bombillas, en medio de la pertinaz llovizna, surgían las siluetas de mujeres ataviadas con sus mejores galas.

Poco a poco enfilaban sus pasos hacia el salón del pueblo. En el lugar se daban cita autoridades, parroquianos, ferrocarrileros bravucones y elegantes administradores de la compañía de trenes, quienes presurosos se dirigían a abordar a cuanta bella mujer había, al inicio de la velada musical.



Se dice que de acuerdo a la época, los moradores vestían pantalón y guayabera blanca, con pañuelo rojo al cuello y los maquinistas y garroteros, overol de mezclilla, los más de ellos. Los jefes de estación se distinguían por llevar finos trajes de casimir negro.

Como ha sido siempre: las damas se sentían orgullosas de que aquellos hombres, se pelearan por bailar con ellas y para muchas, era un privilegio ser conducidas como un trofeo al centro de la pista.



Fue en uno de esos bailes que un jefe de estación, retirado medianamente de la multitud, en la penumbra del salón descubrió la belleza exquisita de una mujer. Con galantería se acercó a ella invitándola a bailar, la mujer se rehusó pero esto no bastó para disuadirlo. Al poco rato bailaban y se abrazaban invadidos por un extraño sentimiento.



Al terminar la velada, la bella dama hacía por irse del lugar, pero el caballero insistió en acompañarla. Notando lo poco arropada que iba la angelical criatura se apresuró a poner su frac sobre la espalda de ella.



Caminaron por las brumosas calles tomados de la mano mientras la emoción le quemaba el pecho al romántico galán. “Manos y alientos gélidos, rubios cabellos y ojos profundos... ¿Azules? ¿Castaños? ¿Negros?¿ Acaso es la mujer que espero? ¿Y ese silencio?, ¿Será que le hago sentir miedo?”... extraños e ignotos sentimientos cruzaban por la mente de aquel hombre







Como en esos asuntos de los trenes no había tiempo que esperar. El oficinista de aquella estación remota, como un don Juan sin freno, había esperado mucho tiempo. Pero el amor, como los trenes que veía ir y venir todos los días, solo se detenían frente a él por un momento.



Esta era la ocasión de subir a ese tren o dejarlo pasar para siempre.



Desbordante de emoción, con una nerviosa risa, le habló de amores y la mujer callada le ofreció los labios. Pedazos de bruma los labios aquellos... ¿qué hora era? : ¡Que importa! Era el eterno instante. Las almas comulgaron con besos, en los callejones cubiertos por charcos hirvientes de llovizna y, más tarde poseídos del deseo, unieron sus cuerpos en la oscura soledad del campanario; siendo testigo de ello, el sueño de un alguacil que dormía y el aullido misterioso del viento.

- ¿Dónde vives? - Preguntó el amante ocasional.

- Allá en la casa revestida de azulejos.

- Mañana te vendré a ver- dijo. Volveré a recoger mi frac.

La joven dama se despidió con un fugaz beso y entró a la vieja casona.

Al día siguiente el hombre volvió. Tocó insistentemente y a punto de irse del lugar, fue recibido por un par de ancianos.

- Vengo a ver a la señorita.

- Le ruego haga buen uso de su memoria, caballero, aquí no vive ninguna señorita, de otra manera díganos el nombre.

- No lo recuerdo... Pero, espere, es ella, la dama del retrato.

- Pero, ¿qué especie de burla es esta? La señorita Ofelia murió hace muchos años, está sepultada en el cementerio de este pueblo. Sin dar crédito a las palabras de aquellas personas, el visitante abandonó la casa disgustado, pero la duda le atormentó. “¿ Que clase de broma era aquella?

No supo como sus pasos se dirigieron al panteón del viejo pueblo. Buscó como un loco en las lápidas el nombre de la amada. Ahí estaba. Sobre la tumba de una mujer que apenas había vivido diecisiete años, estaba aquel nombre y sobre una vieja cruz de mármol: estaba perlado de rocío el frac del enamorado.